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jueves, 17 de marzo de 2011

Y van tres...



Hiroshima, Nagasaki... y Fukushima. A éste paso no hay muchas dudas de lo que puede llegar a ocurrir. La situación roza el desastre total. A éstas horas, y gracias a los mensajes tranquilizadores del gobierno, los habitantes de los pueblos y ciudades cercanas se encuentran atrapados a cuatro pasos de la central moribunda. Con más tiempo podrían haberse puesto a salvo, alejarse del infierno que se avecinaba... pero ahora ya es tarde. Ya no hay suministros, los trenes no funcionan, el aeropuerto está colapsado, el combustible necesario para huír ya se ha agotado, y las pocas reservas que quedan están destinadas a vehículos de emergencias. Ahora, a los habitantes del lugar solo les queda quedarse en casa, cerrarlo todo y esperar mientras escuchan las noticias en la radio.

No puedo evitar, al ver las imágenes de esa pobre gente, sentirme sobrecogido. En todas las caras se adivina la resignación, son conscientes de que la ayuda no llegará antes que la radiación, y que tampoco no pueden hacer otra cosa que rezar y esperar. Y no salir a la calle; la lluvia, que ayer caía sobre la zona, limpia la atmósfera pero contamina cualquier cosa que moje.

No llego a explicarme cómo puede haber pasado. Japón es uno de los paises más adelantados tecnologicamente del mundo. Y posiblemente sea el que más terremotos sufre, muchos de ellos con el epicentro en el mar. ¿Es que a nadie se le ocurrió la posibilidad de que un maremoto alcanzase una central nuclear sita en la misma costa? Y precisamente en la costa éste, la más cercana a la zona de subducción de placas, y por ende, más proclive a sufrir éste tipo de catástrofe.

Ahora esa pregunta se diluye en la lluvia radioactiva, la que moja casas con personas resignadas en su interior.



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